ANDANADAS DE HOSTIAS
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Rondaba los 70 años, y llevaba toda la mañana repartiendo
hostias.
Por su aspecto, seguro que más de uno dudaba de su capacidad
para repartir, pero a pesar de haber estudiado en un colegio de curas y de
haber sido aleccionado desde pequeño en la doctrina cristiana, Enrique era un
crack en la lucha urbana y el cuerpo a cuerpo.
Esa misma mañana había repartido hostias sin fin al gobierno,
al que tildó de anti social con sus políticas del miedo (torturas, y encarcelamientos
injustificados a aquellos que sufrían por culpa de la maldita heroína), sus
políticas de desahucios, y el empobrecimiento sistemático de las capas sociales
más bajas de nuestro país.
Multitud de hostias había dejado caer sobre la propia
sociedad, a la que en esos momentos se dirigía. Les conminó a ayudar
verdaderamente al prójimo, ofreciéndoles, comida, casa, y algún método para ganarse
la vida, en lugar de criticar su color, su religión o su sexualidad, así como
abogó por el reconocimiento de los drogadictos como víctimas y no como verdugos,
que era la visión generalizada de aquel que no había tenido la desgracia de sufrir
en su familia tan cruel y desgarradora desgracia.
Repartió, y no pocas hostias, a la iglesia a la que en algún
momento había pertenecido y de la que ya apenas se sentía miembro. Aunque el
siguiese adorando al mismo Dios, y siguiese ostentando el título de sacerdote
(a pesar de todos los Rouco Varela del mundo), hacía tiempo que había decidido
tomar un rumbo distinto al marcado desde Roma. Tomó el rumbo de aquellos que
han nacido con una generosidad extrema y que desarrollan su vida con el único
propósito de ayudar al prójimo. Pidió a sus fieles que utilizaran métodos
anticonceptivos, pidió que aceptaran la homosexualidad como una forma de vida
igual que la del heterosexual, reclamó en más de una ocasión la desaparición
del máximo exponente de la ostentación (El Vaticano) y sobre todo había seguido
compartiendo todas sus posesiones con aquellos que lo necesitaban,
independientemente de sexo, raza o RELIGIÓN.
Después de una hora de pregonar “su evangelio”, había
comenzado a repartir entre los muchos fieles, otro tipo de hostias (jamás
repartió la hostia sagrada, si no rosquillas), pero en esta ocasión contaba con
varios secuaces que le ayudaron a realizar su trabajo.
Dedicado al/los curas rojos de Vallecas, se podría escribir
más de un libro con las maravillosas acciones de esta gente.
Lo dice un Ateo o Agnóstico, sinceramente nunca he sabido
definirme, supongo que irá en función de como tenga el día.